Elena siempre había tenido una vida que, desde fuera, parecía un cuadro perfectamente acabado. Una carrera brillante como arquitecta paisajista, un matrimonio feliz, dos hijos que eran su alegría. Su existencia era un meticuloso jardín, planificado con esmero, donde cada planta tenía su lugar y cada estación prometía una nueva floración. Pero la vida, como la naturaleza, tiene sus propias reglas, y a veces, un incendio arrasa con todo lo conocido. El Incendio y la Tierra Quemada El primer golpe llegó con el diagnóstico de una enfermedad autoinmune que, de la noche a la mañana, robó a Elena su movilidad, su energía y, con ella, su carrera. Los planos se acumularon sin tocar, las visitas a viveros se convirtieron en lejanos recuerdos. De ser la creadora de paisajes vibrantes, pasó a ser una observadora pasiva desde su ventana, el mundo exterior un jardín inalcanzable. Antes de que pudiera asimilar esa pérdida, el segundo golpe, más devastador, se abatió sobre su familia, una trage...
La importancia de saber que no estamos solos