
Mi reflejo en el espejo: Cómo la baja autoestima reescribió mis lazos.
Hoy quiero hablaros de algo que me ha acompañado durante mucho tiempo, una especie de sombra silenciosa que, sin darme cuenta, ha marcado profundamente mis relaciones: la baja autoestima. No es un tema fácil de abordar, pero siento que es crucial compartir cómo me ha afectado y, quizás, cómo puede estar afectando a otros.
Siempre he sentido que no era suficiente. Esa vocecita interna, a menudo cruel, me repetía que no era lo bastante inteligente, ni lo bastante guapa, ni lo bastante interesante. Era como si mi valor fuera un globo desinflado, incapaz de elevarse. Y esa sensación, esa creencia profunda de no valer, se colaba por cada rendija en mis interacciones con los demás.
Las raíces de mi inseguridad: ¿De dónde viene esa sombra?
¿De dónde venía todo esto? En mi caso, las semillas se plantaron en la infancia. Recuerdos de comentarios despectivos, de sentirme invisible o de no cumplir las expectativas, se quedaron grabados en mi subconsciente. Cada crítica era como una gota de ácido que corroía mi confianza, y cada vez que me comparaba con otros y sentía que salía perdiendo, esa herida se hacía más grande. También sé que hubo momentos, ya de adulta, en los que elegí rodearme de personas que, sin querer, o quizás queriendo, alimentaban esa inseguridad. Era un ciclo vicioso.
Cuando la autoestima dibuja mis relaciones: Sus huellas profundas
Y así, con esa mochila pesada de inseguridades, mis relaciones se convirtieron en un campo minado.
- El miedo al abandono: Constantemente vivía con el temor de que la gente me dejara. Cualquier pequeño desacuerdo lo interpretaba como una señal de que iban a irse, de que no me querían. Era como si caminara sobre cristales rotos, siempre a punto de un corte. Por eso, a veces, me aferraba demasiado o, por el contrario, me alejaba preventivamente antes de que me pudieran hacer daño.
- La necesidad de aprobación constante: Buscaba desesperadamente la validación externa. Cada palabra de halago era un bálsamo, pero si no la recibía, me sentía vacía. Mis decisiones, mis gustos, incluso mi forma de vestir, a menudo estaban supeditadas a lo que creía que los demás esperarían de mí. Era agotador vivir con esa máscara.
- La dificultad para poner límites: Decir "no" era casi imposible para mí. Temía decepcionar, temía que si no accedía a todo, dejarían de quererme. Me convertí en una esponja que absorbía las necesidades de los demás, mientras las mías se desvanecían. Mis relaciones se volvían desequilibradas y yo terminaba agotada y resentida.
- Conflictos basados en interpretaciones erróneas: Una simple mirada, un comentario inocente, yo lo interpretaba como una crítica personal, una confirmación de mi "no valía". Mi mente, como un espejo deformado, distorsionaba la realidad, y esto generaba malentendidos y discusiones innecesarias.
Sé que hubo momentos en los que mi baja autoestima no solo me hacía daño a mí, sino que también afectaba a las personas que me querían. No confiaba en su amor, los ponía a prueba sin querer y, a veces, los alejaba. Fue una dura lección aprender que para que una relación funcione, primero tengo que estar bien conmigo misma.
Florecer entre las grietas: Mi despertar a la aceptación
Hoy sigo en este camino. Es un viaje lento, con sus subidas y bajadas, pero he aprendido a escuchar esa vocecita crítica y a desafiarla. Empiezo a entender que mi valor no lo definen los demás, que es algo inherente a mí. A veces me cuesta, pero intento recordarme que soy digna de amor y respeto, tal como soy.
Si te sientes identificada con algo de esto, quiero decirte que no estás sola. Que esa sombra puede disiparse con tiempo, paciencia y mucho amor propio.
"Cuando cambias la forma en que te miras a ti misma, cambias la forma en que miras el mundo, y la forma en que el mundo te mira a ti."
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